
Vivian en una calle sin semáforos. Un hombre, una mujer y algún que otro de sus hijos.
Un “padre” hombre de bares, con una inmensa vida social más que cultivada y que cuidaba entre quintos y tubos de la cerveza más tirada que le pudieran dar. Pues para qué gastarse más dinero en malgastar el tiempo sin estar cuerdo.
Un niño que se masturba a escondidas y otro que jugaba a divagar debatiendo temas en una relación de interacción en la que emisor y receptor son la misma persona, y en esa habitación una única a la vista.
Una “S”eñora que cuidaba de sus hijos, a los que no ha tenido tiempo de olvidar y una madre que se entera de que hace tiempo su hijo, empezó a fumar.
Y todos, metidos en un piso.
No hay forma más clara de creer algo que se vive que exagerar lo que ocurre.